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29 octubre 2014

LA ISLA MÍNIMA DE ATÍN AYA

Estos días se celebra en España la Fiesta del Cine con entradas a precios populares.  La Isla Mínima es una de las películas más demandadas por un público que queda maravillado por su exquisita fotografía que se inspira en los trabajos de Atín Aya. En Enseñ-arte nos adentramos en la obra de este fotógrafo sevillano que utilizó las Marismas del Guadalquivir como fondo sobre el que retratar realidades.

Las Marismas del Guadalquivir, como una especie de Venecia sin fin, de edificios invisibles y asfalto ausente, dibujan con sus canales un paisaje laberíntico, húmedo, de fango y juncos, casi asfixiante en el que la presencia humana se intuye presente pero no quiere dejarse ver. Un entorno donde la tierra y el mar se dan la mano para crear un paraje singular con unas posibilidades artísticas impresionantes. Buena cuenta de ello han dado el cineasta Alberto Rodríguez y su director de fotografía Alex Catalán en el magnífico thriller La Isla Mínima. Los planos cenitales con los que se abre la película o las escenas rodadas en interminables caminos flanqueados por un agua casi estancada convierten a las marismas en un personaje más del film. Así como Fargo de los hermanos Cohen no se entiende sin la nieve, la Isla Mínima perdería su genialidad si se alejara de estas tierras inundables. 

Pero antes que Rodríguez y Catalán, Atín Aya ya supo captar con su cámara el alma de este paisaje. Este fotógrafo nacido en Sevilla trabajó durante muchos años como reportero gráfico para diferentes publicaciones e instituciones. Combinó el fotoperiodismo con la fotografía artística en la que irremediablemte acabó metiéndose de lleno. 


A comienzos de la década de los noventa Atín Aya aterrizó en las Marismas del Guadalquivir dispuesto a escribir en negativos la condición humana de este territorio. Y lo consiguió. Con su cámara retrató una realidad carente de artificios, sin maquillajes, un mundo sin caras B. Una dosis de veracidad encerrada en una imagen. Las fachadas se derrumban con los disparos del fotógrafo. Los personajes, que parecen no querer contar demasiado, terminan relatando, casi a modo de confesión, sus historias vitales al objetivo Aya. En los fotogramas se escucha hablar de la dureza del trabajo bajo el sol en la marisma, de siembra y de siega, de deudas, de escuela, de amores... de vida. Una vida de una clase obrera de jornal, de huelga y de verbena de verano que sabe salir adelante sin acaparar miradas poderosas. Parece que Aya quiera rescatarlos de un olvido en el que están acostumbrados a moverse.

Y cuando se trata de fotografiar paisajes la descripción veraz sigue siendo la premisa. Las aguas -que se entienden verdes en el blanco y negro de la imagen- permanecen inmóviles, las hierbas crecen altas y el fango quiere manchar los zapatos del caminante. El lado desértico de una zona bien regada por río y mar también se deja ver por las fotografías. La humedad sofocante, aliada tanto con el calor como con el frío, dirige esta orquesta de la naturaleza que se viste en tonos pardos. Sin duda el paisaje tiene mucho que ver con la idiosincrasia de esta tierra. Y el fotógrafo lo sabe y quiere captarlo. 




Las imágenes de las marismas cautivan. Quizás lo hacen porque cada fotografía es una pieza de un estudio antropológico de una sociedad singular, muy cercana en distancia pero alejada en muchos otros planos. Aya nos propone un tour entre arrozales para conocer a la gente que habita el antiguo estuario del Guadalquivir. El paseo se antoja similar al visionado de un documental sobre otras culturas. Hay algo diferente en esa tierra y nos gusta que alguien nos lo muestre.


Alberto Rodríguez y Alex Catalán se quedaron atrapados en la obra de Aya y supieron adaptarla, con una visión particular, a la gran pantalla. Cada plano parece sacado de los carretes del fotógrafo sevillano. Un trabajo sublime por parte de esta dupla de cineastas. 



La faceta artística de Atín Aya no sólo se circunscribió a las marismas. También retrató su ciudad en dos grandes series fotográficas: “Imágenes de la Maestranza y “Sevillanos”. En “Paisanos” reflejó la realidad rural de Andalucía y con “Habaneros” puso su objetivo en Cuba.  Expuso su obra en Sevilla, Madrid, Barcelona y Nueva York y consiguió el Primer Premio  en el apartado de Cultura y Espectáculos de Fotopress. Falleció en 2007 dejándonos un impresionante legado que hoy podemos conocer a través de la página web que gestionan sus herederos. Para adentrarnos de lleno en su trabajo a orillas del Guadalquivir convine ver este video en la que se recopila su obra en las marismas. Y por supuesto, acudir al cine para disfrutar con La Isla Mínima es, para los amantes de la fotografía, tarea de obligado cumplimiento. 

10 octubre 2014

WILLIAM EGGLESTON: EL COLOR DE LA FOTOGRAFÍA.

Dar color a un arte en blanco y negro. Esa ha sido la gran labor de William Eggleston, fotógrafo americano que tuvo el valor y la audacia de romper con el dogma de la película monocromática y comenzar a disparar a todo color.

Eggleston nació en Estados Unidos un par de meses antes de que al otro lado del Atlántico el sonido de las bombas y el de los fusiles anunciara con ferocidad el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Creció en el sur del país, en Mississippi, donde las granjas y las pequeñas ciudades están iluminadas por un sol que aviva los colores. Pero su primera cámara, una Kodak Brownie Hawkeye que llegó a sus manos cuando tenía diez años, no conseguía captar la nitidez con la que él veía los paisajes que le rodeaban. Una desilusión. Eggleston y la fotografía no iniciaban su relación con buen pie.

Esta fotografía es considerada por el autor su mejor obra
Durante seis años realizó una travesía por tres universidades diferentes. En ninguna obtuvo un título, pero aprendió mucho de su andadura en los campus. Se acercó a la pintura del pujante expresionismo abstracto y la obra de Kandinsky y de Klee. Y allí también le dio una segunda oportunidad a la fotografía. Comenzó a experimentar con impresiones monocromáticas intentado captar en sus imágenes lo mismo que los pintores atrapan en sus cuadros. Pensaba -y acertaba- que con una cámara fotográfica se podía hacer arte. Quería ir más allá del fotoperiodismo, de la publicidad y de las sesiones con modelos. Quería hacer lo que Henri Cartier-Bresson había hecho con su Leica. El fotógrafo francés parecía ser un buen referente en esto de los negativos y los cuartos oscuros.

La saturación del color es esencial en la obra de Eggleston
Pero Eggleston necesitaba ir más allá. Necesita dar más vida a sus fotografías y parecía que el color tenía la clave. Obviando los convencionalismos se lanzó a retratar lo banal pero siempre con una originalidad marca de la casa. Supo darle alma a escenas de extrema cotidianidad. Supo ponerle voz a ambientes que parecían mudos. Supo recoger la historia oculta de las cosas y demostrar que de cosas triviales está hecha la vida. Y para ello no tuvo que salir del Sur. A fin de cuentas, lo mundano está en todas partes.

A partir de esta primera etapa su producción se volvió imparable. Durante cinco décadas ha sido un constante trabajador de la fotografía. Siempre armado con una cámara ha admitido tomar imágenes a diario.

Algunas fotografías recuerdan al Hiperrealismo de Richard Estes
Sus retratos de la realidad aparentemente vacía recuerdan a trabajos de otros artistas de su época. El Arte Pop o el Hiperrealismo comparten con Eggleston el interés por reflejar la sociedad americana contemporánea. Una sociedad de plástico, de neones y de coches… y de color, de mucho color. Un color que el fotógrafo intensifica de manera exagerada gracias a la técnica de la transferencia de tintes (Dye Transfer) con la que se obtiene una saturación cromática impresionante.

Parece que su fotografía carece de técnica y que sus enfoques no responden más que al apunta y dispara. Pero detrás de la falsa apariencia de casualidad se esconde un complejo trabajo que se revela al analizar con detenimiento sus imágenes.


El MoMA de Nueva York le abrió sus puertas en 1976 y con ello Eggleston alcanzó la fama. Sus magníficos trabajos llevaron a la fotografía a color al campo de las Bellas Artes. Romper moldes y superar tradiciones inamovibles con una maestría única le han hecho ser uno de los fotógrafos más destacados del siglo XX. Pero además William Eggleston ha sido, casi sin quererlo, un excelente cronista de la realidad americana de los últimos cincuenta años a través del retrato de lo ordinario. Y es que a veces, las cosas más triviales se vuelven fundamentales.

Si te interesa saber más sobre William Eggleston no dudes en leer este genial artículo firmado por un profesor de la Universidad Panamericana. También puedes visitar la página web oficial del autor.

16 marzo 2010

ANTONIO CAMOYÁN

SOBRE UNA EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA

Hace unos meses escribí en ENSEÑ-ARTE un texto acerca de una serie de mágicas fotografías realizadas por Antonio Camoyán, un prestigiado fotógrafo naturalista sevillano que, sin dejar ni un ápice su interés por el medio natural, había explorado con su cámara otras posibilidades de captar la diversidad que se encierra en los paisajes más próximos al río Tinto; aquí, en la Andalucía más al sur. Aquel texto estuvo precedido de varias y extensas conversaciones con el artista, así como de diversas visitas a su casa para bucear someramente en un inmenso archivo de imágenes que supera toda capacidad de descripción. Se trabó ásí una amistad de la que hoy me honro, porque si ver la imágenes de Antonio es todo un privilegio, no lo es menos oirle contar sus experiencias recorriendo las márgenes del Tinto, buscando lo que pasa desapercibido al común de los mortales, pero que él encuentra allí, en los lugares más insospechados, con esa mirada tan especial que caracteriza su trabajo fotográfico.

Decidí titular aquel texto como "el alma del paisaje", porque precisamente eso era lo que me parecía que lograba captar Antonio Camoyán con sus especiales fotografías, planteadas desde un punto de vista que me evocaba algunos de las propuestas estéticas que están en la base del expresionismo abstracto pictórico: dejar que sean el color, las texturas y la ausencia de formas definidas los elementos que conducen al espectador por un camino insospechado y al mismo tiempo asombroso, apelando a sus emociones.

Pues bien, con una ínfima parte de su asombrosa colección, Antonio celebra estos días (hasta el próximo 16 de abril) una exposición de fotografías titulada precisamente "El alma del paisaje" y lo hace en la Sala de Exposiciones de la Fundación Biodiversidad del CSIC, situada nada menos que en el Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla (ocasión única además para ver la puerta del primitivo acceso a ese recinto). Se trata de 600 fotografías proyectadas en pantallas de alta resolución y agrupadas en torno a seis ejes temáticos. 

No es costumbre de ENSEÑ-ARTE animar a ningún lector a la visita de exposición alguna, pero esta vez hacemos caso omiso de la norma y recomendamos, a quien ande por aquí, acercarse hasta el Patio de Banderas para ver sin prisas esa colección de fotografías que no dejará indiferente a nadie. En todo caso, os dejo en el blog otra entrega de imágenes de Camoyán, a quien, en breve plazo, dedicaremos un artículo (esta vez en papel) en la Revista Atticus, con la que venimos colaborando desde hace ya algún tiempo. Así que aquí están estas otras imágenes, todas ellas captadas en el río Tinto. Vedlas con tranquilidad. Son, nada más y nada menos, el alma del paisaje.

Antonio se decidió finalmente y ha armado un blog en el que nos va dejando algunas muestras de su trayectoria y de sus obras. Leed también este texto de la Revista Atticus.

03 octubre 2009

UNA MEDITACIÓN FOTOGRÁFICA

CLAUSTROS MONÁSTICOS Y BUDISMO ZEN

Fijaos bien en la imagen de la izquierda. Se recoge en ella una panorámica, quizás la más conocida, del monasterio de San Juan de la Peña, con ese interesantísimo claustro románico que parece una miniatura, levantado bajo la enormidad de la roca que lo cobija. Pero si contemplamos con detalle la fotografía, sobre el claustro figura una persona, prácticamente colgada en la roca, como si tratase de escalarla. Una diminuta presencia humana, en medio de un paisaje natural sabiamente transformado por el hombre hace ya muchos siglos.

Juan Martín Zarza: "Meditatio-7". Monasterio de San Juan de la Peña. Huesca.


Pero, ¿qué hace ahí esa figura? ¿Por qué encontramos en las demás fotos que acompañan a este texto a otros personajes en diversas actitudes, siempre contextualizados en claustros monásticos de insólita belleza? Para responder esta cuestión hemos de decir que se trata de un proyecto fotográfico titulado, precisamente "Meditatio", desarrollado por el sevillano Juan Martín Zarza (1977), mediante el cual ha tratado de plantear una reflexión visual acerca de dos de las cimas de la espiritualidad humana de todos los tiempos: de un lado, la que se desarrolló en los monasterios levantados por toda Europa Occidental en los siglos centrales de la Edad Media y, de otro, la que se había iniciado varios siglos antes en el Extremo Oriente con la aparición del budismo zen, palabra ésta que podríamos traducir, precisamente, como "meditación". Dos tradiciones bien distintas, de ámbitos culturales bien diversos, pero que en el fondo presentan elementos semejantes: la vía de la meditación y la práctica de una vida ascética como elementos centrales para alcanzar la liberación espiritual del individuo.

Superior: Juan Martín Zarza: "Meditatio-4". Monasterio de Santa María de Valbuena. Valladolid.


Es precisamente la comunión de estas dos tendencias ascéticas lo que Martín Zarza nos presenta en sus fotografías. Para ello ha tomado como  fondo de sus imágenes algunos de nuestros más conocidos claustros románicos y ha insertado en ellos figurantes  que evocan la espiritualidad zen. Como él mismo afirma, con este proyecto " quise representar un modelo oriental de meditación en Europa y para ello decidí introducir en los claustros cristianos, modelos realizando acciones propias del Zen. Con esto, usaba la arquitectura espiritual occidental como continente y la esencia del Zen oriental como contenido."

Juan Martín Zarza: "Meditatio-1". Monasterio de Santo Domingo de Silos. Burgos.


La presencia humana en estas fotografías de Martín Zarza no daña en absoluto el paisaje arquitectónico en el que aquella se desenvuelve. Más bien al contrario, su peculiar mirada devuelve a esos claustros románicos el aire de soledad y de silencio que en ellos debió predominar cuando los ocupaban sus cenobíticos moradores. Una llamada a la espiritualidad, en definitiva, porque sólo mirando hacia dentro de nosotros mismos estaremos en disposición de entender mejor lo que pasa fuera.


Juan Martín Zarza: "Meditatio-11". Monasterio de Santa María la Real de Villamayor. Burgos.


En estos espacios claustrales que el fotógrafo nos presenta no se nos habla, precisamente o no necesariamente, de religión. Se nos invita a la reflexión o, como el título mismo de la serie nos indica, a la meditación. Porque de eso estamos precisamente ayunas las personas de estas sociedades avanzadas en las que la prisa parece ser el valor predominante. Así que me quedo aquí un rato, tranquilamente, contemplando estas fotografías del artista sevillano. Meditando, en suma.

Para más datos sobre esta meditación multicultural, visitad la interesante Web del fotógrafo Martín Zarza.

13 junio 2009

CALATRAVA EN VALENCIA

A PROPÓSITO DE UNAS FOTOGRAFÍAS

Hace un par de meses recibí en mi correo electrónico una presentación en la que se mostraban diversas imágenes de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, ese amplio conjunto de edificios ideado por Santiago Calatrava (1951), y, en menor medida, por Félix Candela (1910-1997). En su estado actual, y a la espera de que pudieran añadirse nuevos elementos, se han levantado allí el edificio conocido como el Hemisférico (con un cine IMAX y un planetario), un Museo de las Ciencias, el Oceanográfico (un gigantesco acuario) y el Palacio de las Artes, además de otras construcciones como el Umbráculo (un paseo ajardinado), un puente atirantado y una plaza cubierta. La obra de Calatrava es suficientemente conocida por la originalidad de sus planteamientos, que no dejan indiferente a nadie: o atrapan a primera vista al espectador... o provocan en él un inmediato efecto de rechazo. En su momento analizaremos en ENSEÑ-ARTE la amplia producción de este arquitecto e ingeniero tan singular.

En esta ocasión quiero centrarme únicamente en las fotografías a las que acabo de referirme. Tras algunos despistes he logrado localizar en la Web a su autor y ponerme en contacto con él, para solicitarle permiso a efectos de reproducirlas aquí. Se llama JuanMa Álvarez, Kamuro, y es un fotógrafo aficionado (él mismo se define como reciente) que reside en Valencia aunque, casualidades de la vida, nació en Utrera (Sevilla). El interés de estas hermosísimas fotografías se basa en la combinación de los tres elementos que el fotógrafo nos presenta en ellas: las propias formas de los edificios, en su mayor parte captados tras el anochecer, y los sutiles reflejos que se proyectan sobre la superficie del agua.
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Disfrutad pues de las fotos de JuanMa Álvarez acompañadas de esa vieja balada que todos conocemos: "noches de blanco satén", de los Moddy Blues. Pero antes, una pequeña reflexión: ya sabemos que hoy cualquiera hace una fotografía. Las cámaras digitales han puesto este arte al alcance de cualquiera. Pero no todo el que hace fotografías es fotógrafo. Kamuro lo es, no me cabe duda. Y de los buenos.



Más información sobre la Ciudad de las Artes y las Ciencias en su Web oficial. Por otra parte, no dejéis de visitar el álbum de fotografías de JuanMa Álvarez en Flickr.

03 junio 2009

EL ALMA DEL PAISAJE

FOTOGRAFÍAS DE ANTONIO CAMOYÁN

Antonio Camoyán es persona bien conocida en el campo de la fotografía de la naturaleza, tema al que viene dedicándose de manera ininterrumpida desde su juventud. Su extensa trayectoria le ha llevado a los lugares más diversos, para captar desde múltiples puntos de vista la riqueza y diversidad del medio natural. Sin embargo, tal vez sea el Parque Nacional de Doñana el lugar al que el fotógrafo ha mostrado mayor dedicación, no en balde trabajó allí como jefe de los servicios fotográficos de su Estación Biológica. Bástenos decir que suya es una foto mundialmente conocida: aquella que nos muestra un inmenso sol de fuego poniéndose tras una de las pajareras de Doñana, que queda en un hermoso contraluz al primer plano. Podría decirse que en esa imagen se sintetizan de manera bien armónica los dos primeros intereses del autor: la naturaleza en sí misma y el color.

Puede completarse un breve currículo de Antonio Camoyán indicando que he realizado numerosas exposiciones y catálogos, que acumula diversos premios o que ha sido jefe de fotografía de las revistas Periplo y Ronda Iberia, sin olvidarnos de que imbuido de una clara mentalidad que podría asemejarse a la de los hombres del Renacimiento, es también médico ginecólogo, siguiendo con ello una tradición familiar. De otro lado, Antonio Camoyán contribuyó también al afianzamiento de la autonomía andaluza, ocupando durante ocho años el cargo de Delegado Provincial de Sevilla de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía.

Pero además, en todos estos años de larga trayectoria, Antonio Camoyán ha mantenido una especie de idilio secreto con uno de los más peculiares paisajes andaluces: el río Tinto y su entorno natural. De esta forma, las actividades mineras en la cuenca del Tinto, los diversos paisajes de sus riberas o las huellas (muchas veces negativas) de la presencia humana en la zona han quedado recogidos por el objetivo del fotógrafo, en una amplísima colección que supera ya las 40.000 imágenes. Nada que estuviera presente en los alrededores del Tinto ha pasado desapercibido a su atenta mirada.

En relación con esta especial vocación del autor, en esta ocasión hemos seleccionado una serie de fotografías de carácter bien peculiar. Tal vez, para entender su génesis haya que remontarse a otra de las pasiones de Antonio Camoyán: la pintura. Dentro de ella, el artista se ha sentido especialmente atraído por los pintores norteamericanos que desde finales de la Segunda Guerra Mundial desarrollaron esa variada corriente estética a la cual llamamos expresionismo abstracto y, sobre todo, por la obra de Mark Rothko y sus experiencias con los campos de color. En efecto, dentro de su denominado periodo clásico, Rothko desarrolló un tipo de pintura alejado de toda referencia figurativa, a base de grandes franjas de color dispuestas en el cuadro de manera horizontal. Para tales obras, el artista norteamericano proponía al espectador una observación atenta que le permitiese superar los propios márgenes de la superficie pictórica y devenir en una experiencia introspectiva, en la que fuese él mismo quien construyese la significación última de la obra. De este modo, sus cuadros, que trataban de “expresar las emociones humanas más elementales. La tragedia, el éxtasis, la fatalidad del destino...”, resultan ser además una apropiada vía para que quien los observe indague en sus propias emociones. Podría decirse, en definitiva, que esos cuadros de Rothko constituyen verdaderos paisajes del alma. Unos paisajes que serán bien distintos dependiendo de quién sea el que se sitúa ante ellos. La pintura deviene entonces en pura subjetividad, otorgando al espectador un papel absolutamente prioritario.



A simple vista, las fotografías de Antonio Camoyán aquí seleccionadas guardan numerosas concomitancias formales con las obras de Mark Rothko. En nuestro caso, el fotógrafo ha detenido su mirada sobre suelos, paredes y perfiles de los alrededores del río Tinto y los ha captado en toda su rotundidad, sin añadir ni quitar color alguno, dando la voz a la propia tierra que nos muestra una inaudita riqueza cromática, un extenso abanico de verdaderos campos de color en los que además es bien perceptible la diversidad de texturas. Un tipo de paisajes del río Tinto que la cámara observa en primer plano y que no hubieran dejado de impresionar al propio Mark Rothko.

Más arriba hemos afirmado que la intención de Rothko era la de ofrecer peculiares paisajes del alma. En el caso de Antonio Camoyán bien podríamos invertir el sentido de la frase para concluir que sus emocionadas y emocionantes fotografías nos muestran el alma del paisaje. De un paisaje esencial en el que la naturaleza y la acción antrópica han venido dándose la mano de forma constante a lo largo de los siglos, para crear uno de los lugares más originales de nuestra geografía. Pero estas imágenes del Tinto consiguen en nosotros un efecto análogo al de los mejores cuadros de Rothko: con ellas su autor nos muestra su personal y acertada visión de la naturaleza, Una visión expresionista que invita, al igual que aquellas pinturas, a la contemplación introspectiva y silenciosa de esos campos de color naturales que estallan ante nuestros ojos. No es poca cosa: el alma del paisaje.
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Leed más cosas sobre la amplísima trayectoria de este excepcional fotógrafo de la naturaleza en esta página y en esta revista de medio ambiente.

11 diciembre 2008

ARUP GHOSH

FOTOGRAFÍAS DESDE LA INDIA PROFUNDA
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A través de Lidia Miras, una publicista española que trabaja en Londres, recibo esta impresionante fotografía del médico indio Arup Ghosh (1967), quien con tal imagen ha obtenido este año el primer premio en la categoría amateur en un certamen mundial de fotografía convocado por la empresa Sony y que en unos días cierra el plazo de admisión de originales para su segunda edición.

Arup Ghosh: "Barbero". (Cortesía de Sony World Photography Awards).

Me atrapa esa sencilla imagen en la que asistimos a una ceremonia ancestral: la de un barbero realizando su trabajo en algún lugar de la India. En un verdadero juego de espejos, el barbero está frente a nosotros, pero no nos mira: sus sentidos todos parecen estar concentrados en su labor. El barbero es zurdo, porque un espejo al fondo de la foto nos devuelve su espalda, con esa camisa de infinitas arrugas y ese brazo izquierdo que rasura la barba de un cliente de aspecto demacrado y embutido en el típico paño de barbería.

No hay mucho más en la fotografía, a excepción de los evidentes desconchados de la pared, vigentes también en la decoración pictórica bajo el espejo, y una sencilla ilustración hinduísta, pobremente enmarcada, a nuestra derecha. No hay más, pero lo hay todo en esta imagen. Porque está el genial tratamiento de la luz, que entra por la izquierda y que no sólo ilumina, sino que parece despeinar a quien por su trabajo debería corresponderle ir bien peinado. Y hay todo porque en este humilde gesto cotidiano de una profesión humilde, en un humilde lugar y en el país de los humildes, hay humanidad y dignidad en el gesto laboral del rapabarbas y en la mirada perdida de ese cliente que a mi se me parece a una momia egipcia que hubiese vuelto a la vida.
Arup Ghosh: "Lechero".

Mientras veo la foto, vuelvo mentalmente a mi barbería, a la que acudo con puntualidad suiza cada cierto tiempo, más por el placer de la conversación con mi barbero que por el mismo hecho del afeitado y, sobre todo, por esos minutos impagables en los que el fígaro deja de hablarte y tú cierras los ojos y te aislas del mundo, en uno de esos escasos momentos en los que puedes concentrarte de manera absoluta y percibir que el tiempo pasa lentamente, como ya sucede pocas veces en nuestra vida cotidiana.

Arup Ghosh: "Obrero".

Y cuando regreso de mi viaje mental a la barbería de siempre, averiguo que este médico indio, lleva unos años captado, casi abducido diría yo, por la magia de la fotografía y que desea, en su próxima vida, ser hijo único de un millonario cultivado, para poder pasarse esa existencia íntegramente dedicado a esa caja maravillosa y a esas lentes mágicas, que reflejan la luz y la sombra y la capturan para siempre, como ha conseguido demostrar en estas otras fotografías que acompañan el texto. Ojalá su deseo se cumpla.

En esta página podéis ver otras 70 fotografías de Arup Ghosh, en blanco y negro y en color. Ved otros ejemplos en esta otra web. Además, en este blog de fotografía hay algunos datos más, interesantes. Por último, enlazamos aquí con la web del certamen citado, por si alguien quiere concursar. Yo, prefiero ver los resultados.

11 marzo 2008

ALFREDO OMAÑA

UNA REFLEXIÓN SOBRE LA SUBJETIVIDAD DEL ARTE

Visité hace unos días en el DA2 de Salamanca una exposición del fotógrafo leonés Alfredo Omaña (1968) que con el título "Bajo mi piel" (no sé porqué presentado en inglés) mostraba diez fotografías de unas figuras anónimas y estáticas, elaboradas con materiales diversos, todas ellas sin rostros definidos y presentadas sobre fondos negros. Pensé escribir algo en ENSEÑ-ARTE sobre esta exposición que pese a su reducida dimensión había llamado mi atención favorablemente. Otras tareas más urgentes en estos últimos días me lo han impedido.

Sin embargo, navegando hoy por la red he encontrado un blog en el que se hace una crítica demoledora de la muestra, a la que se califica de "nada" y de la cual se afirma que es "un ejercicio de pura incapacidad artística" mediante el cual el autor abunda en un tipo de "creaciones banales", concluyendo que estamos ante "una exposición de bajo nivel, sosa, sin un planteamiento original y fresco, que sólo podrá interesar a los incondicionales del fotógrafo".














He de reconocer que hay varias cosas que no me llamaron favorablemente la atención en esta muestra de Omaña. No entiendo (aunque respeto) la razón del nombre en inglés, que a mi juicio peca de provincianismo. No sé muy bien si puede organizarse una exposición con sólo diez obras y, sobre todo eché de menos que junto a las fotos se expusieran los modelos que las inspiraron, lo que habría devenido en una suerte de instalación povera quizás muy interesante. Finalmente, el folleto de la exposición se adentraba en afirmaciones que, como viene a decir Jan Perjovsky, a la postre resultan ser más extensas (en el sentido de excesivo) que el contenido de las propias fotografías expuestas en Salamanca.
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Por otra parte, no soy incondicional del artista y ni siquiera lo conozco. Sin embargo he afirmado más arriba que su muestra me pareció interesante. Y me resultó así porque esas pocas fotografías me atrajeron, tiraron de mi como un imán y me permitieron reflexionar, siquiera fuese brevemente, sobre la naturaleza de los seres humanos; sobre los personajes que representamos cada uno de nosostros y, a la inversa, sobre cómo a veces somos, de cara a los demás, un mero envoltorio que no se corresponde con lo que hay bajo nuestra piel. Pero, claro, para el artista lo que parece haber bajo la piel es lo que muestran sus fotografías. Curiosa inversión de la paradoja. O tal vez no.

En fin, todo esto no es más que un mero pretexto para que reflexionemos sobre la amplísima capacidad del arte para reflejar la subjetividad del pensamiento humano. Para permitirnos mostrar desacuerdos sobre el objeto que contemplamos. Lo que uno rechaza, resulta interesante para el otro. Lo que a éste atrae, al de más allá le repele. Así debe seguir siendo. En eso consiste la grandeza del Arte. En lo que a este caso respecta, juzgad vor vosotros mismos contemplando algunas de las fotografías de la muestra. Opinad, que es de lo que se trata.

Alfredo Omaña dispone de un breve blog sobre su trabajo. Por otra parte, podéis leer la opinión del blog de la crítica furibunda (entiéndase esto de una manera desenfadada). Por último, aquí está la ficha sobre la exposición que presenta el DA2.

06 marzo 2008

PIERRE GONNORD: LA FOTOGRAFÍA PSICOLÓGICA

DE CÓMO LA FOTOGRAFÍA TRASPASA LA SUPERFICIE

Entras a una sala de exposiciones que se encuentra casi en penumbra absoluta. En sus paredes cuelgan unas cuantas fotografías a gran tamaño, adecuadamente iluminadas. Son rostros de personajes, casi todos primeros planos tomados sobre fondos prácticamente negros, que llevan al espectador de manera casi imperceptible a concentrarse en los rasgos de esas figuras que tiene delante, sin que nada accesoorio lo distraiga. De esta forma, casi sin darte cuenta, te sorprendes a ti mismo tratando de descubrir qué misterios hay detrás de cada una de esas personas, buscando cuáles serán los elementos más característicos de su personalidad. Y mientras más crees saber más anigmas aparecen, de manera que cada fotografía acaba enganchando a quien se aproxima a ella y resulta bien difícil pasar a la siguiente.

Pierre Gonnord: "Bernardo II" (2006), "Olympe" (2004), "Michel" (2005).


















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Pierre Gonnord: "Antonio" (2004), "Kevin" (2005).

De esta forma podría resumirse el contenido de la exposición de fotografías que pude contemplar días pasados. Se trata de una muestra del autor francés Pierre Gonnord (1963), instalado en España desde finales de los años 80 y cuya obra se caracteriza, precisamente, por lo que aquí se nos presenta de manera tan brillante. El artista está especialmente interesado en retratar qué es lo que se esconde detrás del rostro de esos personajes anónimos que tan magistralmente fotografía; en mostrarnos (o quizás sea mejor decir en insinuarnos) cómo es la personalidad, el alma, del individuo objeto de su atención. Presentarnos un primer plano del rostro no es más que un pretexto para que nos adentremos en los primeros planos del alma del modelo. No hay aquí nada narrativo, ningún interés en contarnos cosas de la vida de estos personajes tan cercanos a la marginalidad. Un excelente ejemplo de cómo la fotografía no capta exclusivamente la superficie de las cosas o, como en este caso, de las personas. Una búsqueda de lo que somos, haciendo que pensemos en cómo son los demás. Un magnífico ejemplo del quehacer de un artista.

Pierre Gonnord dispone de una página web propia, en tres idiomas, en la cual podemos acceder a visualizar otras muchas de sus excelentes fotografías. Visita obligatoria.

23 noviembre 2006

DE LUZ Y DE SOMBRA

SOBRE LA FOTOGRAFÍA
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El post anterior sobre De Chirico parece que ha provocado, en vuestros comentarios, un análisis de los espacios arquitectónicos como agentes de inquietud y desasosiego.
Continuando con esta línea, inicio aquí una serie de escritos (de signo diverso) sobre otra de las bellas artes, la fotografía, aunque sea ésta una de las que no podremos tratar a lo largo de nuestras clases.
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Para iniciar este apartado del blog recurro a la presentación de tres fotos de Adolfo Aguado, un fotógrafo profesional sevillano con muchos años de oficio y algunas exposiciones sobre sus espaldas. Adolfo trabaja, entre otras cosas, para estudios de arquitectura y, quizás, de ahí le venga el interés por mostrar espacios construidos desde una perspectiva singular. En este caso, y muy en la línea de De Chirico, sus fotos nos presentan tres escenarios sevillanos, vistos a través de la especial óptica que el blanco y negro nos ofrece. Y aunque el artista le ha dado título a cada una de sus fotos, prefiero por esta vez omitirlos, pensando que, con el conjunto, podríamos generar una denominación común: De Chirico revisitado, pongamos por caso.
 

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