Estos días se celebra en España la Fiesta del Cine con
entradas a precios populares. La Isla Mínima es una de
las películas más demandadas por un público que queda maravillado por su
exquisita fotografía que se inspira en los trabajos de Atín Aya. En Enseñ-arte
nos adentramos en la obra de este fotógrafo sevillano que utilizó las Marismas
del Guadalquivir como fondo sobre el que retratar realidades.
Las Marismas del
Guadalquivir, como una especie de Venecia sin fin, de edificios invisibles y
asfalto ausente, dibujan con sus canales un paisaje laberíntico, húmedo, de
fango y juncos, casi asfixiante en el que la presencia humana se intuye
presente pero no quiere dejarse ver. Un entorno donde la tierra y el mar se dan
la mano para crear un paraje singular con unas posibilidades artísticas
impresionantes. Buena cuenta de ello han dado el cineasta Alberto Rodríguez y
su director de fotografía Alex Catalán en el magnífico thriller La Isla Mínima. Los
planos cenitales con los que se abre la película o las escenas rodadas en
interminables caminos flanqueados por un agua casi estancada convierten a las
marismas en un personaje más del film. Así como Fargo de los hermanos Cohen no
se entiende sin la nieve, la
Isla Mínima perdería su genialidad si se alejara de estas
tierras inundables.
Pero antes que
Rodríguez y Catalán, Atín Aya ya supo captar con su cámara el alma de este
paisaje. Este fotógrafo nacido en Sevilla trabajó durante
muchos años como reportero gráfico para diferentes publicaciones e
instituciones. Combinó el fotoperiodismo con la fotografía artística en la que
irremediablemte acabó metiéndose de lleno.
A comienzos de
la década de los noventa Atín Aya aterrizó en las Marismas del Guadalquivir
dispuesto a escribir en negativos la condición humana de este territorio. Y lo
consiguió. Con su cámara retrató una realidad carente de artificios, sin maquillajes,
un mundo sin caras B. Una dosis de veracidad encerrada en una imagen. Las
fachadas se derrumban con los disparos del fotógrafo. Los personajes, que
parecen no querer contar demasiado, terminan relatando, casi a modo de
confesión, sus historias vitales al objetivo Aya. En los fotogramas se escucha
hablar de la dureza del trabajo bajo el sol en la marisma, de siembra y de
siega, de deudas, de escuela, de amores... de vida. Una vida de una clase
obrera de jornal, de huelga y de verbena de verano que sabe salir adelante sin
acaparar miradas poderosas. Parece que Aya quiera rescatarlos de un olvido en
el que están acostumbrados a moverse.
Y cuando se
trata de fotografiar paisajes la descripción veraz sigue siendo la premisa. Las
aguas -que se entienden verdes en el blanco y negro de la imagen- permanecen
inmóviles, las hierbas crecen altas y el fango quiere manchar los zapatos del
caminante. El lado desértico de una zona bien regada por río y mar también se
deja ver por las fotografías. La humedad sofocante, aliada tanto con el calor
como con el frío, dirige esta orquesta de la naturaleza que se viste en tonos
pardos. Sin duda el paisaje tiene mucho que ver con la idiosincrasia de esta
tierra. Y el fotógrafo lo sabe y quiere captarlo.
Las imágenes de
las marismas cautivan. Quizás lo hacen porque cada fotografía es una pieza de
un estudio antropológico de una sociedad singular, muy cercana en distancia
pero alejada en muchos otros planos. Aya nos propone un tour entre arrozales
para conocer a la gente que habita el antiguo estuario del Guadalquivir. El
paseo se antoja similar al visionado de un documental sobre otras culturas. Hay
algo diferente en esa tierra y nos gusta que alguien nos lo muestre.
Alberto
Rodríguez y Alex Catalán se quedaron atrapados en la obra de Aya y supieron
adaptarla, con una visión particular, a la gran pantalla. Cada plano parece
sacado de los carretes del fotógrafo sevillano. Un trabajo sublime por parte de
esta dupla de cineastas.
La faceta artística
de Atín Aya no sólo se circunscribió a las marismas. También retrató su ciudad
en dos grandes series fotográficas: “Imágenes de la Maestranza ” y “Sevillanos”.
En “Paisanos” reflejó la realidad rural de Andalucía y con “Habaneros” puso su
objetivo en Cuba. Expuso su obra en
Sevilla, Madrid, Barcelona y Nueva York y consiguió el Primer Premio en el apartado de Cultura y Espectáculos de
Fotopress. Falleció en 2007 dejándonos un impresionante legado que hoy podemos
conocer a través de la página web que gestionan sus herederos. Para adentrarnos
de lleno en su trabajo a orillas del Guadalquivir convine ver este video en la
que se recopila su obra en las marismas. Y por supuesto, acudir al cine para
disfrutar con La Isla Mínima es, para los amantes de la fotografía, tarea de obligado cumplimiento.