El grupo escolar recore deprisa una de las sedes, en Roma, de los Museos Capitolinos, enclavada en un antigua central eléctrica. Aquí se han traído muchos de los fondos del viejo Museo de los Conservadores, creándose un conjunto amplio y variado. Por eso, hay ya un cierto cansancio entre los alumnos cuando llegan a la llamada Sala de las Columnas, en la que se ha situado un extenso muestrario de la escultura romana de finales de época republicana, en el siglo I a.C.
El profesor trata de hacerse oir, de que los alumnos se enteren de que aquel busto pertenece a Marco Antonio, de que ese otro de ahí al lado representa a Julio César y de que éste que tienen delante es el mismísimo Octavio Augusto. Pero la mayor parte de los alumnos no presta atención a las explicaciones, mientras algunos de ellos se arremolinan ante una curiosa estatua. Está casi en una esquina y si no fuese por su tamaño (165 cm) tal vez pasaría desapercibida.
El profesor va hacia ese grupo; se hace un hueco. Tiene ante si la estatua de un ciudadano romano, conocida con el nombre de togado Baberini, probablemente el mejor ejemplo de lo que significaban para los romanos las imagines maiorum, los retratos de sus antepasados. Ahora los alumnos quieren saber porqué ese hombre porta dos cabezas. ¿Era acaso un verdugo? ¿Un militar triunfante? El profesor les evoca una antigua costumbre de las familias romanas, sobre todo de las más pudientes: la de sacar una mascarilla funeraria del familiar que fallecía y, fundamentalmente, de los varones, que eran los transmisores de la estirpe familiar. Para ello, sobre el propio cadáver del fallecido, un escultor obtenía un vaciado en cera de su rostro, que luego era pintado cuidadosamente, al objeto de darle una apariencia lo más real posible.
La mascarilla era desee ese momento cuidadosamente conservada y agregada a una verdadera galería de imágenes de los antepasados, junto a sus respectivos nombres y los cargos que ocuparon cada uno de ellos. En los sucesivos entierrosfamiliares, esta galería de retratos era sacada del armario en que estaba custodiada para que los antepasados pudieran procesionar junto al cadáver que venía a unirse a ellos.
Los alumnos están ahora verdaderamente interesados. Las prisas han desaparecido. ¿Qué pasaba después?, pregunta uno. Nada, responde el profesor. Pero esta costumbre tuvo una consecuencia importantísima en la escultura romana. La mascarilla de cera era a veces pasada a bronce o a piedra y se procuraba siempre dar a las obras un carácter absolutamente realista, porque de lo que se trataba era de poseer verdaderos retratos de los antepasados, de que pudiese conocerse cómo eran sus rostros, sin idealizaciones de ningún tipo. de modo que estáis viendo los rasgos verdaderos de tres romanos de hace ya más de dos milenios.
Tras la explicación el grupo se retira y la Sala vuelve a quedar en silencio. Queda en su esquina ese togado, representado al contraposto. De él se ha dicho que se trata de un patricio, aunque hay quien cree que estamos ante la figura de un nuevo rico que, mediante esta estatua, deseaba entroncar con las costumbres y los modos de vida de la vieja aristocracia romana. Lleva en su mano derecha la cabeza de uno de sus antepasados, que reposa sobre una palmera, tal vez símbolo de la fertilidad, tal vez alusión a un cargo ocupado en alguna provincia de Oriente. La otra mano sostiene a otro antepasado: tres generaciones de la misma familia en el mismo grupo escultórico. Algo absolutamente novedoso respecto a lo que era habitual en la escultura griega. Y, además, hay en los tres retratos un aire claramente familiar: las evidentes calvicies, las amplias fentes llenas de arrugas, los pómulos salientes... la vida que ha pasado por sus cuerpos, ahora convertidos en piedra de una forma completamente naturalista. Realismo absoluto puesto al servicio de una idea de familia en la que cada nuevo miembro debía de mantenerse fiel a las tradiciones de sus antepasados; de alcanzar el honor, la virtud y la fama que ellos hubiesen logrado.
De este modo, la estatua de una romano anónimo, interesado en pasar a la posteriodad y que en ese viaje le acompañasen algunos de sus antepasados, nos permite entender cuáles eran algunos de los valores que hace ya más de dos mil años prevalecían entre las clases dominantes de una civilización que en aquel momento, hacia los años 50-30 a.C. se preparaba para dar paso a un Imperio que se extendería a lo largo y ancho del Mediterráneo.
No conozco demasiadas buenas informaciones en la web sobre la escultura romana. No obstante, Arteguías os ofrece una apretada síntesis de este tema, que podéis completar con esta otra información, carente de imágenes. Por último, en este enlace se aborda la escultura romana en Hispania.
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