Ha brotado ya la primavera en los campos del Alentejo portugués, esa tierra perdida en el sur del país, tan alejada de las grandes rutas turísticas que el viajero puede desenvolverse por ella sin sentir la presión de la multitud que todo lo invade. Donde todavía es posible sorprenderse con pequeños detalles inalterados al paso de los siglos y con joyas artísticas que no viene a visitar casi nadie. Regreso otra vez al Alentejo, como he hecho tantísimas veces desde que hace ya muchos años descubrí la belleza insuperable de sus puestas de sol y esa casi mágica combinación de extensos bosques de encinas con planicies donde se siembran cereales y crecen viñas. Vuelvo ahora, en la mejor de las compañías, mientras una inmensa explosión de colores envuelve nuestro viaje, como si la naturaleza quisiera transmitirnos que ella sola se basta y se sobra para componer el más brillante de los lienzos impresionistas.
He retornado a Noudar, el viejo castillo aislado de todo y de todos, en el mismo confín de la raya portuguesa, esa línea trazada en los mapas que quiso separar durante siglos e inútilmente la frontera entre España y Portugal. Donde se desarrollaron enfrentamientos y hasta guerras por lo que aquí llamaron los Pleitos de la Contienda.
Así que las divisiones administrativas confirman que este castillo pertenece al término municipal de Barrancos, aunque esté alejado de él más de diez kilómetros. Sin embargo, aupado en lo alto de la torre del homenaje, mi vista no halla razones para tanta delimitación: en medio de un inmenso mar de encinas y prados florecidos, los cursos serpenteantes de los ríos Múrtiga y Ardila logran confundirme hasta llegar a la conclusión del sinsentido de las delimitaciones fronterizas, máxime en una tierra de gentes pobres, obligadas por la historia y el hambre al menudeo del contrabando de café y otros productos de escaso valor, imprescindibles para mejorar aunque fuese ínfimamente sus maltrechas economías domésticas.
.
Así que las divisiones administrativas confirman que este castillo pertenece al término municipal de Barrancos, aunque esté alejado de él más de diez kilómetros. Sin embargo, aupado en lo alto de la torre del homenaje, mi vista no halla razones para tanta delimitación: en medio de un inmenso mar de encinas y prados florecidos, los cursos serpenteantes de los ríos Múrtiga y Ardila logran confundirme hasta llegar a la conclusión del sinsentido de las delimitaciones fronterizas, máxime en una tierra de gentes pobres, obligadas por la historia y el hambre al menudeo del contrabando de café y otros productos de escaso valor, imprescindibles para mejorar aunque fuese ínfimamente sus maltrechas economías domésticas.
.
Noudar es un topónimo de etimología incierta, al igual que sucede con sus mismos orígenes. Probablemente hubo aquí un asentamiento islámico que debió pasar, a fines del siglo XII, a manos portuguesas que reconquistaron este territorio aprovechando la crisis del imperio almohade. Más tarde mudó temporalmente de dueño, al entrar en posesión de Castilla hasta que en 1283 Alfonso X donó la fortaleza a su hija Beatriz, casada con el rey portugués Alfonso III. Ya casi acababa el mismo siglo cuando el rey D. Dinis concedió fuero a la población y la entregó a la Orden de Avis, lo que viene a demostrar que poseía ya entonces cierta importancia.
Mientras recorro de un lado a otro las murallas de Noudar y me pierdo entre sus ruinas, recuerdo cómo aquel monarca portugués trató de impulsar la repoblación de la villa. Estando como estaba frente a frente a tierras de Castilla no debía resultar atractiva para posibles repobladores. Así que el monarca la convirtió en el primer coto de homiciados del país: quienes acudieran a instalarse en el lugar quedarían exentos de las penas de las que fuesen acreedores por los delitos cometidos, pasado un tiempo de su asentamiento allí, en la misma frontera, teniendo a escasos metros la siempre amenazante presencia castellana.
Debió ser en época de ese mismo rey cuando Noudar adquirió las trazas que ahora puedo apreciar desde lo alto de sus torres: una planta cuadrangular muy irregular, de casi una hectárea de extensión amurallada que queda sectorizada por diez torreones macizos; con una alcazaba interior presidida por una poderosa torre del homenaje cuadrada que se eleva hasta los dieciocho metros de altura y conserva aún en su planta superior una cisterna que ahora casi rebosa de agua. De la arquitectura gótica de Noudar apenas queda nada: un simple arco apuntado en la cara externa de la puerta principal de acceso al castillo. La iglesia de la villa, hoy muy mutilada, es ya una construcción de época barroca.
Descanso un rato en una de las escasas viviendas restauradas de Noudar y me asombra que aún en 1704 donde estoy ahora viviese una población de casi 400 vecinos y que fuesen todavía casi 200 cuarenta años más tarde. En esas fechas podemos establecer, ya sin solución de continuidad, la decadencia de esta fortificación fronteriza, rematada con una epidemia de cólera morbo que en 1855 debió diezmar a los escasos habitantes que allí quedasen. Años después, el estado portugués iniciaba un proceso de venta del castillo en pública subasta, que quedó finalIzado en 1910. Y así estuvo Noudar en manos particulares, hasta que en 1997, ya completamente arruinado, volvió a propiedad pública.
Siempre que visito un castillo me cuesta trabajo abandonar sus muros. Más aún aquí por múltiples razones. Casi todo lo que he vuelto a contemplar son ruinas, pero los restos mínimos que vemos nos permiten evocar e imaginar; recrear la vida que esta población debió tener antaño; dar rienda suelta a nuestra imaginación al reflexionar sobre cómo sería la dura existencia de quiénes hasta aquí llegaron tratando de huir de sus propios delitos. Pero, por otra parte, ya es primavera en Noudar: los ríos bajan llenos de agua y desde las torres casi puede escucharse su murmullo; miles de flores tapizan el suelo hasta donde nuestra mirada alcanza a contemplar. No. Ninguno de los que hasta aquí hemos llegado queremos irnos. Y cuando finalmente lo hacemos creo que compartimos en silencio la misma idea: habrá que volver. Tomara: así es como se dice ojalá en portugués.
Sobre Noudar podéis leer la información que ofrece la Wikipedia en portugués, así como la excelente ficha básica contenida en la página del IPPAR.
Sobre Noudar podéis leer la información que ofrece la Wikipedia en portugués, así como la excelente ficha básica contenida en la página del IPPAR.
4 comentarios:
Qué hermosa crónica, qué precioso lugar "tapizado de flores", si vais a volver, avisa que yo os acompaño.
Koyo
Hermosa crónica, Koyo: trato de aprender de esa periodista que vive en Madrid... y que se llama Koyo. Cuenta con que te avisaremos. Un abrazo. JDC
El castillo de Noudar acogió durante un tiempo al fundador de Badajoz y constructor del castillo de Marvao: Abd al-Rahmán ben Muhammad Ibn Marwán.
Hacia el año 876, Muhammad, emir de Córdoba, envía a su hijo al-Mundir con un gran ejercito para combatir contra Ibn Marwán. Este, al enterarse de lo que se le viene encima, abandona Badajoz y huye a refugiarse en Noudar, lugar oculto y difícil de encontrar. Desde Noudar, Ibn Marwán, envía un emisario,pidiendo ayuda, a su buen amigo el rebelde Sadún al-Surumbaqi, hombre valiente, arrojado, cuyo corazón no conocía el miedo, además: "Como las palmas de sus manos así sabía de los vericuetos y caminos, tanto de los llanos como de las sierras de la región, y no había lugar alguno ni escondite que no hallara en su persona un guía hábil y seguro".
A esta llamada acude urgente Sadún al-Surumbaqi, quién directamente llega a Noudar para sacar de apuros a su amigo Ibn Marwán,
poniéndose al frente de un aguerrido ejercito que lleva a reponer en sus dominios de Badajoz a Ibn Marwán.-
Se sabe cuánto tiempo permaneció en Noudar?
Publicar un comentario
GRACIAS POR VISITAR ENSEÑ-ARTE. RESPONDERÉ TU COMENTARIO A LA MAYOR BREVEDAD.