14 enero 2010

UN MONASTERIO CISTERCIENSE

SANTA MARÍA DE MORERUELA


Vuelvo a cruzar por carretera, de norte a sur, la provincia de Zamora, siguiendo la antigua Vía de la Plata. Me gusta recorrer esta zona del antiguo reino de León; estas viejas tierras del Duero en las que el Arte y la Historia aparecen casi en cada esquina, tras cada curva del camino. Así me sucede otra vez en las cercanías de la pequeñísima población de Granja de Moreruela, próxima al río Esla. Me aparto brevemente de mi ruta para visitar las ruinas del monasterio de Santa María de Moreruela, un majestuoso conjunto ahora en vías de restauración parcial. Me admiran estas piedras que aún hoy pregonan la importancia que el cenobio debió poseer en el pasado.

Derecha: vista exterior de la cabecera del monasterio. Debajo: reconstrucciones virtuales del conjunto.


Nos señala la Historia que existió en la zona una comunidad monacal anterior, quizás desde el siglo IX, pero hemos de esperar a mediados del siglo XII para que se levante el imponente conjunto de cuya visión puedo ahora disfrutar. Por entonces los reinos de León y Castilla estaban unidos bajo la corona de Alfonso VII el Emperador, quien impulsó la repoblación de estas tierras. Ello explica el levantamiento de este monasterio, unas de las primeras fundaciones de obediencia cisterciense en nuestro país, que debió crearse en una fecha imprecisa en torno a los años 30 ó 40 del siglo XII.

Imagino ahora a esos primeros monjes blancos del Císter, empeñados en la reforma de la orden benedictina, dándole mayor austeridad y planteándose su vida religiosa con mayor recogimiento, pero ilusionados al mismo tiempo en la erección de su monasterio, que acabaría consagrado a Santa María. Las ruinas que contemplo son el testigo mudo de la importancia que este cenobio alcanzó en los últimos siglos medievales y, vistas como hoy en un día de invierno con aguaceros constantes, resultan aún más atractivas: los parcos restos del claustro y de otras dependencias, la sala capitular abovedada pero ya restaurada y, sobre todo, la impresionante cabecera de la iglesia abacial.


Izquierda: vista de los restos de la iglesia hacia la cabecera. Derecha: planta del templo.

Esa enorme iglesia debió levantarse ya avanzada la segunda mitad del siglo XII cuando, por paradójico que pueda parecernos, estos monjes cistercienses carecían aún de modelos propios en los que basarse para erigir sus propios templos, de manera que el edificio tomó como referencia la iglesia del monasterio de Cluny, en Francia, que había sido consagrada en 1130. Formalmente el templo muestra la transición entre la arquitectura románica y la gótica: de ésta dan cuenta el uso del arco apuntado y la bóveda de crucería, pero el espesor de los muros y lo reducido de los vanos nos remonta aún a la mentalidad románica.


Izquierda: vista de la iglesia hacia los pies. derecha: sector del presbiterio.

Avanzo por los restos de las tres naves, de las que sólo se conservan los muros externos y los arranques de los pilares que marcaban sus nueve tramos y me sitúo en el centro de lo que fue el transepto, que mantiene aún parte de su abovedamiento, para contemplar la asombrosa cabecera absidada, enmarcada por un gran arco toral y dispuesta en dos alturas. En la de abajo, robustas columnas sostienen arcos apuntados, mientras que en la de arriba se abren vanos de medio punto peraltados. Más allá, la girola, cubierta con bóvedas de ojiva, se abre a siete absidiolos con planta de arco de herradura. Levanto la vista para contemplar una poderosa bóveda de cuarto de esfera, reforzada por fuertes nervios que concluyen en los típicos cul-de-lamp de la arquitectura cisterciense. Es enorme la belleza de esta piedra desnuda, pese a la escasa decoración que propugnaba la austeridad de la orden.
Inferior:  vista de la cabecera con la girola y sistema de abovedamiento.


Inferior: exterior de la cabecera del templo y vista hacia el interior.


Salgo al exterior de la iglesia para acabar mi visita con la contemplación del exterior de su cabecera: una sinfonía de volúmenes, un juego de diferentes alturas. Cuesta trabajo terminar, porque todo es aquí interesante. La densidad de la piedra y la pequeñez de los vanos abocinados, el ritmo de los absidiolos y, sobre todo, la capacidad de estos restos para hacernos evocar el pasado. Un pasado lejano en que unos monjes querían servir a Dios siendo austeros. Por eso era tan importante para ellos levantar a ese dios suyo una morada digna, en la que pasarían muchas horas al día orando, al tiempo que luchaban contra el afán de ostentación de los monasterios cluniacenses, tal como defendía San Bernardo, el más conocido teórico de la orden: "La iglesia relumbra por todas partes, pero los pobres tienen hambre". Tenía razón.


Todas las fotografías del monasterio están realizadas por Pablo Moriña, a quien agradezco además la compañía, como a Vicente y las tres damas. Las reconstrucciones virtuales del cenobio son obra de la empresa Aguicamp, arquitectura e ingeniería, en cuya Web podéis encontrar más datos sobre el monasterio. Además, os recomiendo seguir el hilo de los interesantes comentarios de estos pobladores de Celtiberia.net.

7 comentarios:

Cynthiaworld dijo...

Profesor, buenas tardes, veo que el blog sigue su línea, y me alegra saberlo.

Tan solo escribía para saludarle e informarle de una web que no sé si habrá visto:

http://photo.photojpl.com/tour/08toureiffel/08toureiffel.html

enla cual muestra en 360º la plaza de la torre Eiffel y una perspectiva desde abajo de toda la torre, además no solo de la torre parisina si no de la Gran Plaza de Brusela entre otros monumentos.

Un cordial saludo,
su antigua alumna Cynthia.

Juan Diego Caballero dijo...

Hola, Cynthia: no conocía esa Web. Te agradezco la información. Saludos cordiales. JDC

Isabel Martínez Rossy dijo...

Visité este monasterio hace años. Totalmente abandonado, me impresionó su belleza y lo complejo de sus elementos arquitectónicos dentro de la sobriedad románica. Creo recordar una preciosa sala, quizás sala capitular o refectorio (a la que se accedía desde la nave de la izquierda) con columnas que soportaban una magnífica cubierta abovedada... Unas ruinas que indudablemente deben ser protegidas y cuya magia espero no estropee una restauración inapropiada...
Un saludo

Marcos Mateu dijo...

Buen post. Al ser un isleño siempre he echado de menos conocer mejor la peninsula (he visto mas la parte de Aragon y sobre todo Cataluña y como no, Madrid). Me gusta el comic y he llegado aqui desde el blog de Emilio. El se imaginara que al ver estas fotos automaticamente 'he visto' al Cid. Muy interesante resumen fotografico e historico del edificio.
Un saludo.

Juan Diego Caballero dijo...

Isabel y Marcos: gracias por vuestras visitas. Efectivamente, debe ser la Sala Capitular, de la que no he dejado áquí fotos porque la restauración me pareció algo excesiva. Le transmitiré al autor de las fotos vuestra opinión. Saludos cordiales. JDC

Anónimo dijo...

"... la restauración me pareció excesiva." ¿Dónde se pone el límite cuando se restaura? Qué difícil me parece ponerlo. ¿Hasta dónde se puede llegar?, ¿es mejor quedarse corto que pasarse? ¿Hay ejemplos en España de verdaderas barbaridades restauradoras? Y lo más importante: ¿tienes algo escrito acerca de este asunto?

Saludos,

Onallera

Juan Diego Caballero dijo...

Me pareció excesiva porque no me gustaron los materiales que se emplearon y porque se cubrieron espacios cuyas techumbres estaban ya caídas. A mi parecer, restaurar debería ser consolidar lo que existe y no reconstruir lo ya desaparecido. En todo caso, no soy (ni mucho menos) experto en restauración y no, no he escrito aquí nada sobre ello. Pero mírate el artículo sobre "Los caños de Carmona" en el que se da cuenta de una restauración planteada desde un punto de vista muy original. Saludos cordiales. JDC

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