Cuando no lo ve nadie, probablemente en la soledad de la noche, el individuo se acerca a la pared, saca un bote de spray de pintura y comienza a realizar su graffiti. Otras veces cambia de técnica y recurre al estarcido, empleando una plantilla. Termina su trabajo y se marcha apresuradamente. Días después repite su pequeña aventura en otro lugar de la misma ciudad. Y así una y otra vez. En esa ciudad y en otras urbes del mundo.
Hay miles de graffiteros. Pero el de nuestra historia comienza a hacerse conocido. Quizás porque su dibujos son ciertamente atrayentes; porque tienen casi siempre una dosis de ironía y un tono satírico con el que suele presentarnos la doble realidad de las cosas o acaba por invertir esa realidad, dándole la vuelta a lo convencional y mostrando una nueva alternativa a lo habitual. Algo que podría ser posible, aunque no suela serlo. Esa niña que es investigada por una cámara de seguridad, como si una niña tuviese algo que ocultar o que necesitase ser grabado por motivos casi policiacos. Ese amante que se enconde colgado del alféizar de la ventana, mientras el marido despechado busca en el horizonte las huellas del delito de su esposa.
Pero también podría ser que el conocido graffitero sea en realidad un perfecto desconocido y que en su enigma se encuentre parte de su creciente popularidad. Ni siquiera se sabe exactamente cómo se llama. Se le conoce simplemente por Banksy, pero no se sabe que hay detrás de ese pseudónimo con el que firma sus obras. Con toda certeza estamos hablando de un varón inglés de raza blanca que anda en torno a los 35 ó 40 años y que empezó sus fechorías en Bristol y ahora suele realizarlas en Londres, aunque ha dejado ya huellas de su paso en algunas de las más grandes metrópolis del mundo y en varios de los museos internacionalmente más conocidos.
Paradojas de la vida, Banksy no quiere que se sepa quién es en realidad, pero sus obras comienzan ya a alcanzar cotizaciones elevadas y eso que están en paredes callejeras. Pretende seguir siendo completamente anónimo, pero ha publicado algún libro con relativo éxito de ventas. Los periodistas se matan por conseguir una entrevista con el anónimo graffitero. Tiene una increible página web en la que expone muchos de sus trabajos. Se cuela en un museo y deja allí alguna de sus obras de manera que los propios guardias tardan días en darse cuenta de la novedad. Provoca, evidentemente, aunque su transgresión no es rupturista. En fin, en el mundo de Banksy las criadas esconden tras las paredes la basura que antes han recogido y los soldados que parecen estar para vigilar las calles roban televisores del interior de las viviendas, como si en ello les fuese la vida y la hacienda.