Escribir sobre un artista como el barcelonés Julio González (1876-1942) supone hablar del triunfo de las vanguadias escultóricas en España... aunque los hechos que lo explican se desarrollasen más allá de nuestras fronteras. Efectivamente, Gonzélez nació en el seno de una familia catalana vinculada durante dos generaciones a la orfebrería y en ese ambiente de la Barcelona modernista de fion de siglo aprendió las técnicas del trabajo con los metales y estudió Bellas Artes. Pero el joven quería dedicarse a la pintura y decidió trasladarse con su familia a París, ciudad en la que se estableció en el año 1900, casi al mismo tiempo que lo hacía Pablo Picasso, con quien trabó una fuerte amistad.
Arriba: Julio González: "Figura reclinada" (1934). Nueva York.
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Abado: Julio González: "Dafne" (1937). Venecia. // "Cabeza" (1935). Nueva York.
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Pero en la capital francesa el joven artista va reduciendo su interés por la pintura, mientras retoma la tradición familiar de la orfebrería, mostrando desde entonces un creciente interés por la escultura. Es ahora cuando se fragua el talante de un autor imprescindible si se quiere conocer cómo ha evolucionado la escultura del siglo XX. González comienza realizando máscaras de metal en las que apreciamos la influencia de los planteamientos cubistas, pero trabaja también el modelado e incluso el relieve. Aprende además a manejar la técnica de la soldadura autógena, un procedimiento industrial, y muestra cada vez más un mayor interés por el hierro como materia prima de su obra, hasta el punto de llegar a instalarse durante algunos años en un taller de herrería.
De este modo, a fines de los años veinte, en plena madurez personal, Julio González ha encontrado ya su verdadera vocación: la escultura en metal, mientras inicia la construcción de un lenguaje expresivo propio que quedará sintetizado en su consideración de la obra escultórica como la tarea de "dibujar en el espacio". Esta reflexión ha de llevarle al interés por el dinamismo de la obra, al gusto por la simplificación de las formas y los volúmenes y al empleo del plano y la línea, acercándose a la abstracción. Sin embargo, deseoso de explorar todos los caminos, González aborda otro tipo de obras en el que el volumen es precisamente lo más importante. No se trata de un regreso a planteamientos tradicionales, sino de investigar las posibilidades que ofrece el trabajo con masas tridimensionales.
Julio González: Montserrat (19437). Amsterdam // "Monsieur cactus" (1939). Venecia.
Y llegamos así a 1936. Aunque se encuentra en Francia, González asiste atónito al comienzo de la guerra civil española y un año después participa con algunas de sus obras en el Pabellón que la República ha instalado en la Exposición Universal de París. De ese año es la "Montserrat" que simboliza su oposición a la negrura que comenzaba a ceñirse sobre España en forma de régimen fascista. Pero en esa misma época esculpe también su serie de los hombres cactus, en los que se evidencian rasgos surrealistas, que manifiestan la enorme versatilidad del artista.
González falleció en 1942. Se encontraba trabajando entonces en una "cabeza de Montserrat gritando", en la que los rasgos expresionistas son evidentes. Así pues, su fecunda trayectoria en las que estilos bien diversos se habían hermanado a la perfección se cerraba con un grito de dolor. El mismo dolor que se había adueñado de su país.
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Julio González: cabeza de Montserrat gritando (1942). Barcelona.
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Sobre Julio González es necesario consultar la página del IVAM, que guarda un elevado número de sus obras. Leed también el artículo que figura en esta página y descargaros aqui el análisis de una de sus esculturas.
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