"El propósito de la arquitectura es deleitarnos". Se atribuye esta frase a Le Corbusier (1887-1965), el arquitecto más emblemático del racionalismo en Europa, quien sin embargo fue capaz de alejarse de algunos de sus postulados más conocidos para levantar una pequeña iglesia que es todo un ejercicio de imaginación, una absoluta concesión a la libertad de las formas arquitectónicas y la muestra evidente de cómo un artista con una edad en la que ya podría estar jubilado disponía por completo de la lucidez creadora que le permitió concebir un edificio tan singular.
Me refiero, claro está, a la iglesia de Notre Dame du Haut (Nuestra Señora del Alto) en la localidad de Ronchamp, al noreste de Francia, enclavada en la cima de una colina desde la que se dispone de amplias vistas hacia los cuatro puntos cardinales. Una situación geográfica envidiable que ya había atraído la atención de las gentes del pasado. Ubicado en uno de los caminos que unen el sur de Alemania con Francia, en medio de una ruta frecuentada por peregrinos, ese lugar había servido desde la Edad Media como asentamiento de un pequeño santuario consagrado a la Virgen. Pero lo que la incuria de los siglos no había logrado destruir, acabaron por conseguirlo los bombardeos que sufrió la zona en los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial, de forma que en 1945 lo que fue templo cristiano estaba convertido en verdadero campo de ruinas.
Y hasta ese campo de ruinas se fue un arquitecto de renombre mundial, solicitado por la comisión que trataba de reconstruir el edificio. Un autor que, en la cima de su carrera, no había prestado jamás atención a las construcciones de carácter religioso. Sin embargo, como el mismo reconoció, "cuando me vi delante de estos cuatro horizontes, no pude dudar". Quizás no fuese únicamente la atractiva ubicación del lugar. Me gusta más pensar que en la decisión de Le Corbusier influyó también el interés de levantar algo novedoso sobre un espacio de tanta tradición y que incluso debió conmoverse por la propia acción de los bombardeos. Construyendo allí una nueva iglesia tendría la oportunidad de levantar una pequeña acrópolis justo en el siitio en el que los hombres habían dejado sus señales de muerte.
El resultado, finalizado en 1955, es una construcción enormemente peculiar, con la prestancia de un edificio singular y algunas referencias, en cuanto al juego de las formas, al proceder de un escultor abstracto que trabajase con volúmenes gigantescos. Una iglesia con una única nave, a la que se anexan tres pequeñas capillas sobre las cuales se disponen elementos que podríamos comparar con torres. Tiene el conjunto una planta absolutamente irregular en la que prácticamente se prescinde de la línea recta en el trazado de los muros exteriores. La altura de esos muros es también irregular, oscilando entre los 10 y los cinco metros, lo que genera una cubierta en pendiente que además se abre al exterior en voladizo por dos de sus lados. El material predominante es el hormigón en basto, aunque Le Corbusier reaprovechó en algunos casos materiales de las construcciones preexistentes.
El interior presenta un asombroso juego de luz natural, procedente tanto de las torres que se alzan sobre las capillas como de una irregular disposición de ventanales de distinto tamaño y concepción en tres de los cuatro lados del templo. La misma cubierta se separa en dos de los lados de los muros que debieran sostenerla, dejando pasar una fina franja continua de luz, para que ésta juegue con los volúmenes y los matice según el momento del día. Se cuenta que para esa cubierta tan original Le Corbusier se inspiró en el caparazón de un cangrejo que recogió en una playa.
Algunos críticos han considerado que con esta iglesia Le Corbusier ponía fin al racionalismo que había caracterizado su obra en toda su producción anterior, aunque es cierto que el arquitecto nunca renunció a aquellas ideas que le hicieron pensar que los edificios eran máquinas para vivir. Pero es bien cierto que esta construcción, concebida como una obra de arte total, supone un hito diferenciado en su producción: la primacía de la línea curva frente a la recta, las aparentes contradicciones formales, las diferencias en altura. Sin embargo hay quien cree que el arquitecto, fiel a sus principios, no sólo empleó su conocido canon de proporciones o modulor, sino que tomó como referencia para la obra el volumen de un cubo que luego alteró de manera significativa. No importa quizás esta discusión teórica, porque a nadie se le escapa la enorme belleza de Notre Dame du Haut, que atrapa al espectador por un sencillo argumento: está realizada desde la emoción, más que desde la razón. La emoción de un arquitecto ateo que supo entender sentimientos de carácter religioso y materializarlos. Así que debió sentirse plenamente satisfecho de su trabajo. Tal vez por eso, en una de las torres, adivinamos una breve sonrisa.
Más información sobre la iglesia de Ronchamp en la web oficial, en francés. En castellano, visitad esta interesante página. Aquí tenéis la nueva lectura del edificio que proponen dos arquitectos. Por lo demás, y dada la dificultad para describir detalladamente el edificio (pese a su pequeño tamaño), juzgad por vosotros mismos, viendo esta presentación. De fondo musical, el "Ave Mundi" de Rodrigo Leao, una maravilla de la música portuguesa.
5 comentarios:
Interesante construcción; poco a poco voy aprendiendo de tu mano sobre arquitectos y edificios.
Un saludo.
:-)
Imagenes buenisimas!
Gracias!
Pues muchas gracias por tu opinión, Lore. Saludos cordiales.
JDC
La mejor selección de fotos que he encontrado sobre esta obra.
Muchas gracias.
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